domingo, 31 de diciembre de 2017

La guerra de Remedios


 Texto y fotos: Yariel Valdés González

Cada 24 de diciembre, Remedios deja de ser esa aburrida ciudad decimonónica para convertirse por más de 12 horas en la capital parrandera de Cuba. Y parranda aquí, y en cada municipio que se vanaglorie de acunar estas celebraciones, significa lucha, porfía, guerra.

Cualquier campo de batalla luce insignificante ante el parque central de esta localidad de Villa Clara, escenario de los combates que libran los barrios San Salvador (sansaríes) y El Carmen (carmelitas), contendientes a muerte en fuegos artificiales, trabajos de plaza y carrozas.

 

La batalla comienza con el saludo inicial a las cuatro de la tarde y se extiende hasta las primeras luces del día de Navidad. El aire huele a pólvora y los morteros apenas empiezan a castigar los oídos. Los sansaríes acaban de inaugurar su trabajo de plaza dedicado a las fiestas de Halloween, cuando un torrente de fuegos se avalancha sobre los asistentes más temerarios y deja heridos a varios parranderos. 


Se detiene la fiesta. El audio local deja de vociferar música y prefiere hacer mutis ante el accidente. Los bomberos se personan en el área y mojan todo indicio de fuego. Hay 22 heridos, entre niños y adultos. Por casi tres horas, Remedios está de luto, pero el show debe continuar. 
 
 










































































Luego de la Misa del Gallo, despiertan los tableros de los carmelitas y el espectáculo es hipnótico. La muchedumbre vuelve a asustarse y mira el embelesada el cielo que, en medio de la madrugada, se nubla por tanta metralla. 

Faltan pocas horas para el amanecer y es el momento de las carrozas, esas magnificas construcciones de cartón y luces que recorren la avenida del parque contando una leyenda. San Salvador tituló su carroza “La joya de Bagdad”, mientras que El Carmen eligió contarnos sobre un “Amor en Venecia”. 

Ambas carrozas, barrocas de punta a cabo, se posicionan una frente a otra y cada bando agita sus estandartes, presume de su gloria, y desde ya se alistan para la próxima contienda. 

 
 

 

 


viernes, 8 de diciembre de 2017

Mini-pescadores

 
Al atardecer las aguas del Bélico, uno de los ríos más extensos de Santa Clara, ya no corren tan apacibles. Pequeñas piernas chapaletean por sus contaminadas aguas en busca de vida subacuática. Quien las ve tiene la sensación que tanta podredumbre es incompatible con la vida, pero estos improvisados pescadores la desmienten cada vez que diminutos peces muerden sus anzuelos.

 La corriente de agua está rodeada por malas hierbas y restos de basura mezclados con escombros. Por años, los vecinos han tomado el río como un vertedero.
“Nosotros aprendimos a pescar solos”, me dice uno de los niños sin alejar la vista de la corriente. “Un pescador te cobra 20 pesos por enseñarte, y ¡ni loco!”, protesta otro.

 Cada tarde vienen a esta parte del río donde “pican bastante” y para confirmarme elevan el errático racimo de pescados que han enlazado a un alambre.
“Son tilapias”, me aclaran. Hablan con la seguridad de un experto en el arte de la pesquería.
“¿Y qué hacen con la pesca?”, les pregunto.
“¡Ah!, salimos a venderla”, responden, y uno de ellos hala la pita enroscada en medio pomo plástico, pero el anzuelo regresa vacío.

Esta tarde la pesca no ha sido abundante, pero como pescadores al fin y el cabo, el orgullo no les permite regresar con las manos vacías. Una y otra vez lanzan la carnada y afilan la vista en busca de más peces.
Alguno picará en sus anzuelos.
 
  



Originalmente publicado en Oncuba Magazine