jueves, 29 de noviembre de 2018

La inocencia de la caravana migrante


Texto y Fotos: Yariel Valdés González

-¡Están tirando bombas lagrimosas eh!, alerta un niño de unos siete años mientras otro añade el efecto sonoro con un gesto de explosión: ¡Puffffff!

-¡La alerta roja, la alerta roja! Grita en desesperación un compañero y simula el sonido de un arma de fuego: ¡rrrrrrr!




 A este grupo de infantes se le escucha jugar con un símbolo de Estados Unidos. Para ellos, la Estatua de la Libertad es una estatuilla semejante a una virgen que han colocado sobre un cuadrado amarillo. Queda por encima de una fila de diminutos carros y muñecos sin vida . 







Mientras juegan, estos niños de la caravana migrante varados en Tijuana, reproducen lo vivido el pasado domingo cuando la desesperación se apoderó de centenares de centroamericanos, quienes intentaron cruzar por la fuerza la frontera y adentrarse en territorio estadounidense. Quizás muchos de ellos hayan sufrido los efectos del gas o hayan tenido que correr, despavoridos, ante los disparos de la patrulla fronteriza norteamericana. 

Lo cierto es que mientras esperan por el desenlace de esta crisis, viven una infancia rota, descolorida, sin muchas comodidades. Sentados en círculo sobre el suelo, a la intemperie y a solo unos metros “del otro lado”, están en la unidad deportiva Benito Juárez, una instalación devenida en un albergue sobresaturado y con condiciones incompatibles con una óptima higiene o una abundante alimentación.

Pero a ellos no parece preocuparles el hacinamiento, los baños malolientes o las filas interminables para la comida. Su ingenuidad es un velo que los cubre de la constante incertidumbre y preocupación que experimenta el resto. Quizás son ellos las más inocentes víctimas de la migración, una realidad que los ha hecho caminar por más de dos meses y los ha situado en medio de un nuevo conflicto, cuando solo intentaban huir de otros.

Para ellos es como estar en una piyamada gigante, donde te diviertes con los amigos y pasas la noche en una tienda de campaña leyendo cuentos de terror o haciendo maldades al primero que concilie el sueño. Solo que esta piyamada ya dura más de dos semanas y cada día llegan nuevos compañeros hasta que ya no caben y tienen que armar sus “casas” afuera.

Las autoridades de la ciudad han informado que en el improvisado albergue conviven ya más de 6000 refugiados, de los cuales más de la mitad son hombres, poco más de mil, mujeres (alrededor de 10 embarazadas) y otros mil menores de edad, entre los que se incluyen bebés, en un espacio que originalmente se concibió para 3 mil 500 migrantes. El alcalde de Tijuana ya anunció la creación de un segundo albergue para acoger a los que por falta de espacio están durmiendo en las calles circundantes al complejo deportivo.

Estadio adentro los niños corretean libres por un suelo polvoriento, montan desgastados velocípedos, se tiran una y otra vez por una canal y sonríen con una ternura contagiosa a los fotógrafos. Compartir sus sonrisas con los nuevos amigos, probablemente sea lo único bueno que les haya traído esos largos días de caminata tras un mismo sueño. 


Emilda Díaz, emigrante guatemalteca, se unió a la caravana con cinco de sus seis hijos. No le pierde la vista a la más pequeña, de un año de edad. 



La mayoría de los infantes duermen en casas de campañas, insuficientes para detener las lluvias y las bajas temperaturas en las madrugadas.



      
      Según Jorge Vidal, al frente del programa Save the Children en México , un 25% de esta caravana son menores de edad, de los cuales, la mayoría viaja sin la compañía de algún familiar.



El activista Vidal ha afirmado que los menores no están preparados para hacer frente al viaje en la Caravana Migrante que implica largas jornadas de caminata, deshidratación y enfrentar altas temperaturas.



Dentro de la unidad deportiva Benito Juárez, los más pequeños pasan el tiempo jugando en algunas instalaciones concebidas para ellos.


 
 Por las estrechas vías de tierra que quedan entre tantas casas de campaña, este niño maneja un velocípedo a toda velocidad.


Las condiciones precarias del albergue han propiciado que aparezcan múltiples casos de afecciones respiratorias, piojos y varicela.


Pese a la tensa situación en la que se encuentran, los niños encuentran motivos para sonreír.


Algunas organizaciones y la sociedad civil se han sumado con donaciones de ropa para estos niños, desplazados por la pobreza y la violencia que sufren en sus países de origen.



Una madre sostiene a su hijo a las afueras del albergue Benito Juárez en una larga fila para recibir la alimentación.

Más fotos:



 







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